Botellón: no nos queda otra
Victor G - Niebla
Una de las cosas más llamativas de nuestra juventud es el botellón. Todos los fines de semana vemos a muchos jóvenes con bolsas de plástico y carros de la compra repletos de botellas de alcohol y refrescos, camino de sus “garitos” o de parques, normalmente a las afueras del pueblo o ciudad.
Una vez allí, con la música de los coches pasan las horas bebiendo y hablando hasta que terminan sus bebidas. Después se van a los pubs o bares de la zona para terminar la noche a primeras horas de la mañana siguiente.
Mientras lo hagan en sitios alejados que no molesten a nadie y no perjudiquen a los demás, que hagan lo que quieran. Si fuese así la cosa, el Estado no debería prohibirlo porque hoy en día es lo habitual. Si no gusta esta costumbre de nuestro tiempo, la culpa de su aparición depende de varias personas. Por ejemplo, de las autoridades y los ayuntamientos, que no invierten en actividades, locales, etc. para la juventud y su diversión. También los propietarios de los bares tienen su parte de culpa, puesto que la economía de una persona joven no permite pagar la entrada y el dineral que luego le cuestan las consumiciones.
Lo cierto es que genera polémica, pero es por el comportamiento de algunos: hacen el botellón en los parques céntricos de la ciudad o pueblo y molestan mucho a los vecinos cercanos a la zona con las voces y sobre todo con la música de los coches dejan el parque lleno de basura y no recogen nada. Pero esto es solo una minoría y la sociedad mira mal esto por culpa de esa minoría.
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